Creo que a la mayoría de los fotógrafos de naturaleza nos ocurre lo mismo, siempre vamos buscando el paisaje libre de señales o rastros de civilización,
siempre vamos buscando el paisaje libre de señales o rastros de civilización, evitamos los tendidos eléctricos, carreteras, construcciones o todo aquello que pueda indicar la presencia del hombre.
Con el tiempo, y por mi gusto de siempre por el retrato, he ido flexibilizando este criterio y en ocasiones puedo convertir al enemigo en aliado, he descubierto el placer de integrar la figura humana en el paisaje, de forma sutil, más bien anónima, lejana, me gusta llamarlo Paisaje Humano.
Curiosamente, esa figura humana, a veces resulta un complemento perfecto en la composición de la imagen.
Las fotografías que nacieron así, con el hombre integrado en el paisaje, ya no las concibo de otra forma, eliminar su figura para mi sería una pérdida importante en el impacto visual de dicha imagen, de hecho, su presencia condicionó la composición, siendo un elemento importante en ésta.
Por supuesto, al aparecer el hombre en el encuadre como elemento extra hace que la lectura de la fotografía sea distinta, la imagen nos da información de esa persona, de su vida, de sus actividades… e incluso sobre del momento anímico que pueda estar viviendo; también nos sirve para apreciar las escalas.
Hay casos en que la presencia humana es casi toda, por no decir toda la justificación de haber hecho esa toma, ¿cómo se percibiría esta imagen sin la mujer?, ¿hubiese hecho yo esta fotografía si no hubiese andado por allí esa joven?.
El humano es un bicho esquivo, cuando tratamos de fotografiarlo relajado en su ambiente , y cuando se mueve, tenemos que ser rápidos, un segundo antes o después ya no estará en la posición correcta para obtener una imagen equilibrada y se habrá esfumado ese instante en que todos los elementos están en su sitio.
Hay situaciones en las que te da tiempo de pensar y a ejecutar correctamente la toma, puedes cogerlo con un poco de calma, como en la siguiente foto, al ver el contraste que se creaba con del fondo iluminado y a mi hijo parado contemplando el paisaje, enseguida vi la imagen y pude pedirle que se quedase quieto un momento, el tiempo justo para hacer la fotografía y continuar caminando.
En otros momentos, no tienes mucho margen de reacción y quizás, si te da tiempo, sólo sea para hacer un único disparo, como aquí, de pronto vino un golpe de ventisca, vi cómo la figura de mi compañero de andanzas se borraba por la nieve y atiné a levantar la cámara, sin ver mucho, compuse rápidamente a la vez que ajustaba parámetros y disparé, en el segundo disparo rectifiqué un poco el encuadre pero la imagen ya no tenía el efecto borroso tan fuerte de la ventisca como en ésta, perdiendo ese ambiente blanco difuso que es lo que me gustó al ver la escena.
En esta otra, los pescadores que pasaban en su ciclomotor rellenaron el encuadre rompiendo la monotonía de este trozo de suelo desértico.
En el segundo disparo ya no estaban a la vista por el trazado del camino.
Una imagen vale más que mil palabras.
Vemos una imagen y las mil palabras, la historia, la añadimos nosotros.
Inevitablemente somos también parte de la naturaleza, del paisaje y a veces no desentonamos en él tanto como creemos, respetémoslo pues y disfrutémoslo.